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La institución universitaria, desde la antigüedad a nuestros días, ha pretendido ser y ha defendido su condición de institución de educación superior no porque supere a las demás instituciones en número de alumnos, en cantidad de saberes transmitidos o en cualquiera otra condición distinta a la de ser el lugar donde se busca el conocimiento de modo más decidido, de forma más pura y sistemática y con el mayor respeto por el saber mismo. Esta búsqueda y este respeto por el saber como tal es lo que constituye el carácter académico de la Universidad.El Significado de lo académicoEl término académico proviene de la tradición antigua y surge como el nombre que tuvo la escuela de filosofía fundada por Platón debido a su cercanía con un bosquecillo consagrado al héroe ateniense Academos. Todas las escuelas y universidades han sido llamadas instituciones académicas en razón de su deuda original con la escuela de Platón. Ahora bien, esta deuda con Platón tiene que ver con la naturaleza misma de lo que fue su escuela de estudios.
Pues bien, la escuela platónica era esencialmente un centro de estudios de filosofía. De manera que las escuelas y universidades del occidente, en general, son instituciones filosóficas. Ahora, la naturaleza filosófica de un estudio cualquiera consiste en que se busca el conocimiento como un valor en sí mismo y no como un mero instrumento al servicio de otros fines. En este sentido el platonismo o el carácter filosófico de la universidad consiste en que en ella se cultiva la búsqueda del saber como un valor en sí mismo. Cuando algo se tiene como un valor o un fin en sí quiere decir que se lo busca porque el hombre encuentra en ello plena satisfacción y por lo tanto se siente inclinación afectiva hacia ello. La filosofía quiere decir, en efecto, filía o amor por el shopos, por el saber. El conocimiento es, en la tradición fundada por los griegos, un valor en sí, como la felicidad; de modo que el carácter académico de la universidad consiste en que en ella se busca el conocimiento como una finalidad en sí misma, como algo que no demanda otra justificación ulterior. Así, cuando alguien busca la felicidad, a nadie se le ocurre preguntarle ¿para qué quieres ser feliz?, pues la felicidad en un fin en sí. De igual manera, el académico íntegro es el que busca el conocimiento por sí mismo, y a la pregunta de para qué le sirve el conocimiento al académico se responde: para nada, pues conocer es también un fin en sí, es algo que inspira por sí mismo, que se lo ama.
La búsqueda del conocimiento por su valor intrínseco constituye el verdadero sentido de la universidad. Si la universidad llega a ser tomada por el puro interés pragmático, utilitarista, entra en un proceso de degeneración y crisis. ¿Por qué? Por algo de conocimiento que pertenece a la lógica misma del pragmatismo y utilitarismo y que explicaremos a continuación: resulta que el buscar en el conocimiento el puro beneficio exterior (económico sobre todo) implica convertirlo en un mero instrumento, algo pues, que no se aprecia sino por su servicio para otros fines. Este, en cierta forma, desprecio o minusvaloración del saber conduce a que nuestra relación con él se reduzca a una apropiación rápida, muchas veces superficial. En esta apropiación a la ligera hay dos aspectos graves que conducen a la decadencia: En primer término, se suele desvirtuar o tergiversar el conocimiento por una mala apropiación del mismo. En este caso el perjudicado es la persona, el estudiante, pues se convertirá en un mal profesional. Mas, por otro lado, el conocimiento mismo no es estático; es una especie de capital que hay que renovar, profundizar, revisar y mejorar. Si no se tiene un vínculo afectivo fuerte, una vocación cognoscitiva, no habrá manera de hacer que ese capital crezca y se renueve. Entonces sobreviene el estancamiento del saber y la decadencia de las instituciones .
Un factor adicional más de decadencia, implicada por el pragmatismo, es que, al fijarse sólo en los intereses externos al conocimiento mismo, el utilitarismo da la espalda y olvida ciertos sectores del conocimiento y tiende a privilegiar sólo las partes que prometen rendimientos altos o frutos a corto plazo. Eso constituye un factor de decadencia por cuanto el saber es una estructura compleja e interconectada donde el daño en una de las partes repercute, tarde o temprano, en las otras. Así, el abandono de la investigación en ciencia básica y en filosofía suele conducir al estancamiento por cuanto la dinámica y renovación de los saberes que son “útiles” en primera instancia (es decir, que producen beneficios rápidos) están conectados de alguna forma con las ciencias básicas. Si no se investiga en ciencias básicas (física, química, biología) las ingenierías, que son saberes de aplicación, saberes inmediatamente útiles, tarde o temprano se estancarán. Pero, lo fundamental con respecto al carácter académico de la universidad consiste en recordar que un pragmatismo y utilitarismo exagerados y unilaterales representan decadencia moral. Efectivamente, si los aprendices no desarrollan amor por el conocimiento mismo, es decir, espíritu académico, no sólo se perjudicarán como profesionales y colaborarán con el estancamiento del saber, sino que permanecerán como seres mutilados, personas a las que hace falta un aspecto básico de la humanidad: la dimensión contemplativa, teórica, intelectual.
Constituye una degradación moral la falta de alguna nota distintiva de nuestra naturaleza; el saber, la dimensión teórica, el afán de conocer son parte esencial de nuestro ser y conforme a ello ha sido dicho por el propio Jesús: no sólo de pan vive el hombre. Es decir, se es hombre cuando se atiende no sólo a los intereses inmediatos de sobrevivencia y comodidad sino cuando se atiende también a los más elevados intereses gnoseológicos e intelectuales. Para parodiar al novelista Eustaquio Rivera digamos que si sólo atendemos al vientre misérrimo fracasaremos en el espíritu. El valor central del conocimiento
El conocimiento es el corazón mismo de la universidad. Constituye un elemento que da razón de ser de su propia existencia. Es cierto que el conocimiento es útil para muchas cosas; pero es también cierto que vale por sí mismo, que es una dimensión esencial de nuestra humanidad. A la pregunta de para qué deberíamos conocer, ¿para estar mejor dotados para la sobrevivencia y el éxito? respondemos: no, más bien porque el progreso del conocimiento es lo que hace que la sobrevivencia y el éxito sean dignos de consideración. Como señala Goodman, el conocimiento justifica el propio éxito. Ahora bien, la promoción del conocimiento como valor en sí es tarea primordial de la universidad no sólo porque ella lo utilice como instrumento, como materia prima. También debe ser defensora del conocimiento en el sentido de que, como tal, es una especie de sujeto indefenso. Normalmente, el conocimiento se usufructúa sin pensar en él como algo que haya que respetar y cuidar; parece insensible e inagotable. Sin embargo, es un ente susceptible de ser ultrajado y maltratado, que necesita ser defendido, de la misma forma que la naturaleza necesita serlo contra los abusos del hombre.
Parece extraño que el conocimiento necesite defensa, pero así es. La universidad como institución es entonces guardiana del conocimiento y, en la medida en que el conocimiento existe como una materialización de discursos, técnicas, etc., pero también como una potencialidad del espíritu, la defensa que hace la universidad del conocimiento constituye, al fin de cuentas, una defensa de la humanidad del hombre, una defensa de su esencia como especie y de su dignidad como ser. El conocimiento nos ha hecho lo que somos: una especie triunfal. Ciertamente, somos aptos para el bien lo mismo que para el mal; pero el que nos inclinemos al mal no obedece a que sepamos, a nuestra condición de Sapiens; obedece a nuestra condición de Demens, es decir, a nuestra potencial demencialidad. La inclinación al mal es también ausencia de conocimiento, no del conocimiento como poder, sino del conocimiento como comprensión, como reflexión. La defensa del conocimiento como valor es por tanto una labor que tiene sentido ético, es decir, que se relaciona con la lucha por una vida más feliz, íntegra y digna para el hombre. La universidad es entonces la institución cuyo sentido es promover la humanidad a partir de la promoción y defensa del conocimiento y el estudiante manifiesta su lealtad a sí mismo, a su más elevada condición humana a través de su conducta, su hacer y su pensar. Todo ello está vinculado a su fidelidad al conocimiento como dimensión humana profunda. Encontrarás una ampliación de la idea de lo académico en la lectura número 4 de Josep Pieper. Una ampliación del deber ser de la universidad como empresa del conocimiento en la lectura número 5 de Bernardo Peña.
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