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Cuando Las Señales Envejecen

Cuando Las Señales Envejecen

JON PAULIEN

Vivir la expectación ante el regreso de Jesús.
El 16 de noviembre de 1966, los científicos predijeron una lluvia de meteoritos que sería visible. Mi amigo Carlos y yo, estudiantes de secundaria, esperábamos ver una repetición de la gran
lluvia de estrellas de 1833, lo cual motivó a muchos a anticipar el pronto regreso de Jesús.

Pero el cielo estaba nublado esa noche. No había nada que ver, ni una estrella, mucho menos un meteorito. Tomamos el automóvil de mis padres y vagamos de regreso por los caminos de Nueva Jersey, buscando zonas de cielo despejado, pero de nada valió. La lluvia de estrellas de 1966 pudo haber sido más copiosa que la de 1833, pero solamente fue vista desde aviones y en unos pocos lugares del oeste de los Estados Unidos.

Ambas lluvias fueron relacionadas con los restos dejados por el cometa Temple-Tuttle, el cual tarda 33 años en recorrer su órbita alrededor del Sol. Un incremento de meteoritos ocurre cada mes de noviembre, y parece que emanan de la constelación del León.

Carlos y yo estábamos tratando de recapturar algo del espíritu de los pioneros adventistas. El gran terremoto de Lisboa de 1755, el día oscuro de 1780 y la caída masiva de estrellas de 1833, todo parece confirmar las palabras de Apocalipsis 6: 12 y 13: «Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto. Y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento». La lluvia de estrellas de 1833 indujo a nuestros antepasados a volver al estudio de la Biblia, en busca del más profundo entendimiento del segundo advenimiento de Jesús. Estas señales parecían confirmar que Jesús volvería en su tiempo.

Así, pasó todo el siglo XIX, y las señales comenzaron a envejecer. En 1966, esas señales habían envejecido bastante. ¿Qué hace usted cuando las señales envejecen?

 

Señales de la época

Hay una cosa que podemos recordar: las señales en los cielos y en la tierra siempre tienen que ver con nosotros. Cuando examinamos cuidadosamente el Nuevo Testamento, descubrimos que muchos eventos mundiales que los cristianos toman como señales del fi n son en realidad señales de la época. Esas señales nos enseñan que Jesús sabía por anticipado el carácter de todas las épocas. Él no se equivocó respecto del acontecimiento que seguía. Cuando los discípulos le preguntaron a Jesús (Mat. 24: 3) sobre la señal de su

advenimiento y el fi n del mundo, él respondió: «Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aún no es el fi n» (vers. 6, el destacado ha sido añadido). Las guerras y los rumores de guerras no anuncian el fi n; son una parte de lo que es la vida antes del fin. Jesús continuó: «Se levantará nación contra nación, y reino contra reino, Y habrá pestes y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores» (vers. 7, 8, el destacado ha sido añadido).

Para Jesús, las guerras, las hambrunas y los terremotos no son señales del fin; ¡son las señales del principio! Los discípulos preguntaron por una señal del fin: Jesús les dio señales de la época. En Lucas, Jesús incluso añade las palabras, «habrá terror y grandes señales del cielo» (Luc. 21: 11) a estas señales de la época (comparar vers. 9). Estas señales no fueron dadas para estimular la especulación acerca del tiempo del fi n. En lugar de eso, ellas nos recuerdan que hemos de ser vigilantes ante el fi n de todos los tiempos

(Mat. 24: 42). Si las guerras, los terremotos y las hambrunas son señales de todas las épocas, no debería sorprendernos que muchas llamadas “señales del fin” fueran ya experimentadas en el primer siglo. Había paz en Palestina en el año 31 d.C., pero hubo «guerras y rumores de guerras» durante la década de los años 60 d.C. Hubo hambrunas (Hech. 11: 28), terremotos (Laodicea en el año 60 d.C., Pompeya en el año 63, Jerusalén en el año 64 y Roma en el año 68) y señales de los cielos.1 Pablo pudo afirmar que el evangelio fue predicado al mundo durante su vida (Col. 1: 23; Rom. 1: 8; 16: 26). No nos maravillemos, entonces, de que ellos estuvieran viviendo en los últimos días (Hech. 2: 14-21; Heb. 1: 2; 1 Ped. 1: 20; 1 Juan 2: 18).

Conforme a la Biblia, por lo tanto, no deberíamos sorprendernos de que las señales hayan envejecido. No fueron dadas para satisfacer nuestra curiosidad con respecto al tiempo del fin sino para estimular el estudio de la Biblia y la vida fiel. Lo que hicieron los eventos de 1755 a 1833 fue ayudar a nuestros pioneros adventistas a advertir que estaban entrando en un momento, en un periodo final de la historia de la tierra. Los adventistas del séptimo día estudiosos de Daniel y Apocalipsis descubrieron que mientras “los últimos días”, en realidad, comenzaron en los tiempos del Nuevo Testamento, el “tiempo del fin” es un fenómeno mucho más reciente. Al pasar el tiempo de las grandes profecías de Daniel y Apocalipsis, estamos viviendo ahora en el tiempo del fin.

Mientras que no sabemos con certeza que ésta sea la generación final, sí sabemos que los eventos finales se pueden acelerar muy pronto. Y eso debería mantenernos concentrados en aquello que más nos importa.

Conservando la fe viva

Lo único que realmente importa es prepararnos para encontrarnos con Jesús cuando venga. Esto es lo que mantiene viva nuestra fe cuando las señales envejecen.

El siguiente texto es ilustrativo: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo» (Apoc. 3: 20).

La tragedia de los perdidos en el día final no es tanto la calidad de su teología o la falta de ciertas obras piadosas, sino el clamor de Jesús: «Nunca os conocí» (ver Mat. 7: 21-23; 25: 12). El clímax del tiempo del fin no es la batalla del Armagedón, sino «la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tito 2: 13).

El fin tiene que ver más con Jesús que con eventos o ideas.

«La brevedad del tiempo nos apremia como un incentivo para buscar la justicia y hacer de Cristo nuestro amigo. Si éste no es el gran motivo, nuestra religión tiene un sabor a egoísmo. ¿Es necesario que los terrores del Día de Dios ocurran ante nosotros para impulsarnos por medio del temor a actuar correctamente? No debe ser así. Jesús es atractivo [...]. Él se propone ser nuestro amigo, caminar con nosotros a través del áspero camino de la vida [...]. Jesús, la majestad del cielo, se propone elevar al compañerismo con él a aquéllos que vienen a él con sus cargas, sus debilidades y sus preocupaciones»2 (el destacado ha sido añadido).

¡Qué preciosa síntesis de la centralidad de una relación con Jesús como una saludable anticipación del fi n! ¡Es el diario caminar, el diario compañerismo, lo que ajusta el escenario de nuestras expectativas de una eternidad con la misma persona!

Hace unos quince años, impartí un par de clases en el Colegio Helderberg en Sudáfrica. Por primera vez, pasé más de un mes separado de mi esposa. Pero, mientras llegaba el momento de reunirnos, ¿me iba olvidando de ella? ¿Me cansé de esperar y comencé a fijar fechas imaginarias para mi regreso? ¡No! Pasé todo ese mes pensando en ella mucho más que antes. En efecto, ella nunca fue más dulce y más hermosa para mí que durante mi ausencia.

Cuanto más transcurría el tiempo, más impacientemente anticipaba yo nuestra futura reunión. Disfruté de nuestro amor una y otra vez en la imaginación, y mi anhelo por estar con ella aumentaba y aumentaba.

Lo mismo ocurre con el regreso de Jesús. Él es digno de todo el tiempo y toda la energía que podríamos invertir en darlo a conocer. Es digno de acompañarnos a través de las tribulaciones del tiempo del fin, y aún más allá. Es digno de, al menos,«una hora de meditación» cada día, para reproducir su carácter ante nuestros ojos. Mientras nuestra relación con él se renueva cada día, aumenta nuestro deseo de estar con él en persona. Cada evento en el mundo o en los cielos nos llama a una relación más íntima con él. Y, cuando conoce a Jesús de verdad, las señales no envejecen.

Referencias

1 Elena White, El confl icto de los siglos, pág. 29.

2 Elena White, The Advent Review and Sabbath Herald, (2 de agosto de 1881).

3 Elena White, El Deseado de todas las gentes, pág. 63.

 

 
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